
Un día tomé conciencia de que tenía el NO DIFÍCIL (en lugar del sí fácil, como es más frecuente escuchar) y esta dificultad me había llevado a lo largo de la mi vida a tomar compromisos con “todo el mundo”, viviendo siempre al límite, exigiéndome muchísimo para poder cumplir con los incontables compromisos asumidos, sintiendo ya desde niña que el tiempo es un recurso escaso y que nunca es suficiente… A su vez, esta situación me llevó a la constante postergación de necesidades personales, como ser el descanso adecuado, ejercicio físico, momentos de meditación, reflexión y auto-escucha, así como los tan necesarios aunque inexistentes tiempos de ocio. Yo había experimentado desde muy joven los beneficios del ejercicio físico, siendo esencial para mi estabilidad psicofísica. Asimismo, varios años atrás había descubierto el valor de la meditación, especialmente para encontrar algo de calma y armonía emocional. Sin embargo, se me hacía muy difícil hacerlos parte de mi rutina diaria (evidentemente, por el fuerte condicionamiento de que “no había tiempo para mí”). Y así mi vida iba pasando al servicio (y sumisión) de los demás…
A partir de esta toma de conciencia, comencé a indagar profundamente y sin cesar en la causa (tan poderosa) que habría detrás de esa dificultad para decir no, y me encontré con un gran MIEDO al rechazo, al abandono, a no ser amada, a no tener un lugar… Descubrí también que mi enorme capacidad de adaptación (de lo cual siempre me había sentido orgullosa) era en realidad una farsa más de este circo que había armado en mi vida para evitar enfrentarme a mis miedos, porque se trataba en realidad de una ADAPTACIÓN PASIVA mediante la cual yo me “acomodaba” al medio y las demandas de los demás a través de una autoexigencia extrema así como mucha resignación y renuncia a ocuparme de mi desarrollo personal (en una incesante búsqueda de consideración positiva).
A lo largo de esta etapa de “descubrimiento” y permanente observación e indagación profunda, experimenté muchísimo enojo (resultado del resentimiento acumulado durante años, por todo lo que había resignado y cuánto me había desatendido en ese tiempo), acompañado de un incesante diálogo interno conversando acerca de la “esclavitud” que había vivido voluntariamente con el fin de comprar el amor y la aceptación. También sentía mucha tristeza por todo el “tiempo perdido para mí”, el daño que había causado a mi cuerpo por falta de descanso suficiente y el estrés crónico sostenido durante casi toda mi vida.
Mientras atravesaba este periodo de enojo-tristeza, durante un encuentro de la formación de Facilitador Transpersonal en el que hablábamos acerca de la gestión emocional, los siguientes comentarios me interpelaron profundamente: “También pasa que nos identificamos con ese rol... Si yo no soy la que trabaja, la que hace… ¿quién soy? Si yo no soy la que trabaja (y está sumisamente al servicio de los demás), me desdibujo”. Esto abrió una nueva ventana de percepción para mí, representando un gran punto de inflexión en el modo de ver y reflexionar acerca de las experiencias vividas. Continué entonces indagando al respecto, valiéndome de más preguntas poderosas: Si dejo de sentir enojo y este ya no representa el motor que me ayuda a avanzar, ¿de dónde tomaré la fuerza para seguir viviendo? Si no estoy llena de enojo y tristeza, ¿seré capaz de conectar con la liviandad, la diversión y la alegría de vivir? Y si en realidad hubiera tiempo para mí, ¿qué haría con él? ¿cómo lo disfrutaría?
En este momento (vivenciando plenamente la virtud de la Conciencia Contemplativa) experimenté un estado de gran VACÍO, acompañado de una enorme POTENCIALIDAD. Comprendí que estaba en mí la posibilidad de trascender al ser humano que había estado condicionada a ser, podía moverme a tierra fértil para crecer y desarrollarme hacia mi máximo despliegue. Reviví sensaciones similares a las que había tenido unos años atrás luego de escuchar el cuento sobre El elefante encadenado. En esa oportunidad había quedado muy movilizada al sentirme identificada con los elefantes de circo, atada durante tantos años debido a condicionamientos propios e impuestos, sin intentar siquiera tirar un poco de la cadena… Desde entonces supe que estaba en mí la posibilidad de liberarme, sólo era cuestión de decidirlo. Sin embargo, aunque ya no tan sumisa como antes, la mayor parte del tiempo continuaba “encadenada”.
Permanecí varios días reflexionando sobre lo sucedido años atrás, preguntándome por qué había tomado esa decisión sabiendo que podía liberarme. Y me interpelé nuevamente diciendo: Es la segunda vez que la vida me grita que está en mí la posibilidad de cambio, ¿qué haré esta vez?, ¿seré capaz de soltar la cadena o seguiré ahí “victimizándome de la esclavitud”? Al intentar responder estas preguntas, comprendí que “soltar la cadena” significaría una profunda transformación en mí, una transformación muy deseada y a la vez muy temida, porque implicaba salir de la zona de seguridad y aprender a vivir de nuevo… andar y valerme de una manera diferente.
En toda transformación, el proceso puede ser largo y generalmente demanda esfuerzo y mucha energía de nuestra parte. Para el ser humano promedio (como yo), esto implica un gran desafío ya que por defecto tendemos al modo “ahorro de energía” y al “cortoplacismo”. De todos modos, en esta oportunidad supe que había llegado el momento de tomar la responsabilidad de mi vida y atravesar este proceso de transformación. Para ello, era fundamental un “hacer virtuoso” de mi parte que me permita generar las condiciones favorables. Me centré entonces en cultivar las seis virtudes que aprendemos en la formación , porque creo verdaderamente que su práctica sostenida funciona como un círculo virtuoso que nos guía hacia la transformación y a un espacio de mejora continua, fomentando la creación de una nueva realidad, donde instauremos nuevas formas de ser y hacer que nos empoderen y nos permitan crear nuevos y mejores hábitos.
Hace varios meses que comencé este proceso y aun continúo en “rehabilitación”, atravesando altibajos emocionales. Pero permanezco firme en este “compromiso amoroso” asumido conmigo misma, sabiendo que (porque lo vimos en la formación de Facilitador Transpersonal) esto es normal y corresponde al período de transición: proceso psicológico por el cual pasan las personas para estar en sintonía con una nueva situación. En este momento vemos por un lado los beneficios que nos generará trabajar de acuerdo a la situación deseada, pero seguimos accionando de acuerdo a los viejos paradigmas aprendidos en el pasado. En esta etapa emergen obstáculos, dudas, costos y desventajas del cambio, juicios, miedos, interrogantes con respecto al futuro. También debemos tener en cuenta como parte de este período, momentos de irritabilidad, bajones emocionales, etc. Los mismos están asociados a un recambio de neurotransmisores, durante la desconexión de las viejas redes neuronales ligadas a los viejos hábitos y la creación de las nuevas.
Como ves, el proceso de transformación no es algo que se da de la noche a la mañana y sin esfuerzo. Sin embargo, vale la pena ser vivido!!
Si leer estas palabras te han movilizado al menos un poquito, no lo dejes pasar… Hacéte preguntas poderosas que te guíen y ayuden a ver con mayor claridad en qué ámbito de tu vida es prioritario hacer un cambio o, mejor aún, una transformación.
Natalia Dolce,
Alumna de la Formación "Facilitador del Desarrollo Transpersonal "
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