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ADOLESCENTES HUÉRFANOS DE ADULTOS: ENTRE PANTALLAS, AUSENCIAS Y CONTRADICCIONES

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Ser madre de un joven de 19 años y, al mismo tiempo, terapeuta formada en abordajes alternativos, me ubica en una doble perspectiva: la vivencia íntima y la mirada de quién acompaña a padres que traen diversas cuestiones con sus adolescentes.

La adolescencia, como etapa, siempre ha estado cargada de contradicciones, duelos, desafíos, y, también, de una cierta crueldad que emerge en los vínculos entre pares. Sin embargo, algo ha cambiado. Lo que hoy vemos en los adolescentes va más allá de los típicos conflictos evolutivos. No es solo otra generación distinta: es un síntoma social más profundo.


¿De verdad el problema es la tecnología… o es la falta de adultos disponibles?


Es fácil señalar a las redes sociales, a la inteligencia artificial o al “exceso de pantallas” como los grandes villanos. Pero si vamos más allá de la superficie, veremos que estas son herramientas, no causas. El problema no es la tecnología, sino cómo y desde dónde nos relacionamos con ella.


En los años 90, muchas y muchos crecimos con adultos presentes. Cansados, sí. A veces autoritarios, también. Pero estaban. Llegaban del trabajo, cenaban con nosotros, había rutinas, conversaciones antes de dormir, alguna mirada que sostenía. Hoy, la realidad es otra. La velocidad del mundo laboral, los cambios (necesarios) en los roles de género, y la cultura del “rendimiento constante” han transformado por completo nuestras casas.


Hay bebés que empezaron el maternal a los 40 días de vida, pasando más de 10 horas lejos de sus figuras primarias. No es una crítica a las madres que trabajan (yo también lo hago), sino un llamado de atención a un sistema que no reparte los cuidados, sino que los terceriza. Niñeras, pantallas, agendas colapsadas, todo a contrarreloj.


Y si a eso le sumamos adultos agotados, emocionalmente desbordados, que intentan conectar desde un lugar adolescente (más preocupados por “caer bien” que por sostener), o que están en una dinámica de vida tan o más adolescente que su adolescente, la escena se vuelve más frágil aún.


¿Qué adolescentes estamos criando?


Una colega que es además profesora y trabaja con población juvenil me dijo algo que me quedó resonando fuerte. Me contó que, después de la pandemia, la mayoría de los adolescentes podrían agruparse en tres grandes perfiles que podríamos llamar:


1. Los desbordados: Jóvenes que “se comen el mundo” con ansiedad, impulsividad, consumo problemático y búsqueda de validación digital constante. Todo se vuelve exposición. Son como una olla sin tapa.



2. Los retraídos: Adolescentes que se encierran, que se desconectan incluso del mundo digital. Aislamiento, depresión, fobias sociales, dificultad para construir lazos.



3. Los genuinos invisibles: Un tercer grupo, menos visible, de jóvenes que intentan ser sanos, reflexivos, con pensamiento crítico, pero que son marginados por no encajar en esos extremos. En un entorno polarizado, lo equilibrado se vuelve "raro".



Estos perfiles y otros que puede haber, no surgen por generación espontánea. Son consecuencia de un contexto adulto que ha perdido su brújula. No es culpa de los adolescentes: ellos son el reflejo del ecosistema social y emocional que les ofrecemos.


La adolescencia necesita adultos. No perfectos, pero sí disponibles. Necesita límites claros, una escucha sin juicio, alguien que diga “acá estoy” cuando todo parece derrumbarse. Porque aunque protesten, lo que muchos chicos y chicas piden en silencio es un adulto que no se corra de su lugar de adulto.


Hoy vemos madres y padres que, por miedo a ser autoritarios o por necesidad de aprobación, se funden con sus hijos, o bien desaparecen en sus trabajos, pantallas o angustias. O bien que ellos mismos están viviendo la adolescencia tardía . El resultado es una generación que navega sola, sin brújula emocional ni referentes estables.


Y el síntoma se expresa: en violencia entre pares, bullying exacerbado, consumos problemáticos, trastornos de salud mental en aumento (ansiedad, autolesiones, depresión, intentos de suicidio, o total indiferencia). La crisis es profunda, y no podemos resolverla solo desde la medicalización o el control conductual.


¿Qué podemos hacer como adultos, terapeutas, docentes o cuidadores?


• Recuperar el rol adulto sin rigidez, pero con autoridad ética y emocional.


• Estar presentes de verdad no solo físicamente, sino emocional y afectivamente disponibles.


• Revalorizar la palabra. En un mundo dominado por imágenes rápidas, el diálogo, el relato y la contención verbal son herramientas esenciales.


• Crear comunidad. Escuela, vecinos, tribu. Nadie cría solo. Y menos en estos tiempos.


Trabajar con los adultos. Muchas veces el trabajo más transformador no ocurre solo con el adolescente, sino con los adultos que lo rodean.



El síntoma siempre habla, ¿estamos dispuestos a escuchar?


Los adolescentes no están rotos. Nos están mostrando, con su malestar, lo que como sociedad hemos dejado de mirar. Son sensibles, creativos, inmensamente potentes. Pero necesitan contención real. Y eso no se construye con discursos perfectos, sino con presencia honesta.


La adolescencia no es un error que hay que corregir. Es un puente que hay que acompañar. Tal vez sea momento de dejar de preguntarnos “¿qué les pasa a los chicos?” y empezar a preguntarnos, con coraje:


¿Dónde estamos los adultos?


𝓜𝓪𝓻𝓲𝓼𝓮𝓵𝓪 𝓕𝓸𝓻𝓽𝓾𝓷𝔂 💎

Consultora Sistémica y NeuroContemplativa

Facilitadora y Guía de Bien Vivir




 
 
 

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