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Foto del escritorMarisela Fortuny

REVERDECIENDO EN FLOR


“Cambiar el mundo empieza por mí”

En el mundo (territorio) habitan todos los seres humanos que son distintos observadores, y cada uno posee su mapa personal, es decir, una representación diferente de la realidad. Somos los dueños de nuestro mapa y de cómo nos relacionamos con él, de nuestras afirmaciones personales consideradas “verdaderas”, que pueden condicionarnos ya sea expandiendo o limitando nuestra visión sobre el mundo.


El lenguaje es un elemento fundamental en la construcción de los modelos mentales e influye en la manera de percibir la realidad, debido a que las palabras apelan a las emociones y constituyen un medio de comunicación con el mundo.

Fundamentalmente hay que observar el pensamiento y reordenar lo que nos decimos para poder mejorar nuestra calidad de vida, ya que los relatos que nos contamos se crean conforme a las experiencias personales, donde cada uno ve, escucha, siente internamente según lo percibido basado en el modelo mental que tenga constituido (subjetivo), y en supuestos, imágenes, creencias, entre otros.


Debemos comprender nuestra conversación interna:

Ahora, en este momento, ¿Quién y cómo soy?

¿Quién y cómo quiero ser? ¿Con quién/es? ¿Hacia dónde voy en la vida?

El control lo tiene uno mismo para cambiar los pensamientos, haciéndose consciente de la situación actual que se quiere modificar, esto permite mejorar la calidad de vida de una persona, al transformarse el sujeto modifica el medio y a sí mismo. 

“Si mejora uno, mejoramos todos”.

Todo está en permanente cambio, es por ello que debe entrenarse la adaptabilidad activa, es decir, cuando nos paramos frente a la vida para formar parte de la solución; está dado por una mirada con discernimiento, crítica, que implica la acción, tomar la realidad y actuar para transformarla.

Para el budismo, cultivar la ecuanimidad es tener una mirada imparcial y desapegada, que trasciende las polaridades, los juicios y las distinciones; los actos humanos son éticos, no producen sufrimiento y se dirigen a un continuo y virtuoso hacer; permitiendo lograr la calma y la tranquilidad mental, además de mayor claridad y equilibrio.

Hay que apreciar el mundo de otra manera y ampliar el espectro, recuperando recursos, planificando estrategias y generando puntos de vista diferentes, evaluando posibilidades; asumiendo con responsabilidad el compromiso de crear y/o diseñar otra versión de uno mismo (objetivo) y aplicando las herramientas para que el cerebro se eduque y entrene con una programación diferente a la que conoce.


Reverdecer: renovarse o tomar vigor.

Verde esperanza: es el color del chakra corazón (4º- Anahata), que irradia la energía del dar y recibir amor.

Florecer: cultivar las propias fortalezas y el bienestar personal.


La historia que me conté: mi cofre mental 

De niña siempre fui solitaria e introvertida, me refugiaba viendo novelas y películas románticas, escribiendo, y yendo a la plaza a hamacarme. También me encantaba estar en la casa de mis abuelos  que tenía aroma a limones, comida casera y muchas plantas en el patio. También adoraba jugar con los perros, acariciar su pelaje suave y compartir su mirada inocente.

Soñaba con sanar al mundo, amaba la naturaleza y siempre me gustó aprender y estudiar. En la escuela quería enseñarles a todos mis compañeros, ayudarlos y escuchar sobre lo que les pasaba, ya que me interesaban sus historias.

A los 19 años, cursando el segundo año de una carrera que no me llenaba, tuve depresión y anorexia nerviosa, no me sentía contenta por vivir, no tenía proyectos ni motivos para mirar hacia adelante y caí en un pozo oscuro del cual no quería ni podía salir. Me di cuenta que algo andaba mal porque estaba triste y lloraba todo el tiempo, totalmente desequilibrada, yo no sabía llorar y tampoco me lo permitían.

Las personas me miraban como si fuera un bicho raro, me sentía juzgada y eso me aumentaba el dolor, la tristeza y la angustia por la que estaba pasando. Hoy entiendo que el otro es otro, y ellos tenían esas herramientas para opinar, o no saber cómo ayudar,  no guardo rencor, acepto todo el aprendizaje así como llegó a mi vida porque forma parte de mí. 

En esa etapa fue fundamental el apoyo de mis abuelos y de mi mamá porque pasé por muchas crisis nerviosas, ataques de pánico, desmayos, dolores de cabeza y ojos agonizantes. Me estaba sintiendo acompañada y agradecida por primera vez en la vida.

Fueron varias las creencias limitantes que me llevaron hasta ese lugar; puedo mencionar la baja autoestima, las inseguridades sobre mi aspecto, el sentimiento de tristeza, aburrimiento y soledad, y por sobre todo las historias familiares que me contaban donde siempre se hablaba de dinero y estaban presentes lo que yo veía como injusticias.

Luego de unos años de malestar sin respuestas, aprendí la filosofía japonesa reiki y me enseñó que todo se trata de un sistema holístico o integral que consiste en armonizar mente, cuerpo y alma. Con este nuevo pensamiento y un giro en la forma de vida que llevaba, me recuperé de mi enfermedad y salí adelante con nuevos proyectos, ganas de trabajar y ser profesional. Tenía que recuperar el tiempo perdido…

Durante mucho tiempo busqué el amor y la aceptación afuera, no me valoraba, no era mi prioridad. No me conectaba conmigo misma, no sabía escuchar mis emociones, justificaba mi rabia ante la vida “con mi carácter/personalidad, diciendo que era “emocionalmente tardía” y por eso no me daba cuenta de las cosas que me herían o hacían feliz.

Es necesario intimar con la emoción, vivirla plenamente y registrarla en el cuerpo, cuidándolo, porque si se niega esto se acumula por dentro hasta que en algún momento brota como una enfermedad. 


A continuación les dejo un ejercicio para habitar la emoción:

Cerramos los ojos y nos centramos en la respiración, integramos todos los sonidos del entorno que son parte de este momento, están bien. Pongo la atención en la respiración.

Me visualizo en la parte que más me gusta de mi casa, de un lindo barcito, del parque que disfruto visitar…tengo una cita con mis emociones.

Tocan a la puerta y entra mi emoción, frente a mí hay una silla idéntica a la mía para que se siente. 

La miro, la observo y le pregunto qué me quiere mostrar, qué necesita de mí, para qué se hace presente en mi vida. Le hago todas las preguntas que necesito… 

La abrazo, le agradezco su presencia en mi vida y su enseñanza, le digo que es parte de mí, y que ahora sé que es mi aliada, la acepto y le hago lugar.



En mi caso tenía angustia y enojo acumulado, había sufrido un abuso en la adolescencia que evidentemente bloqueé para “hacer como si nunca hubiera existido” y años más tarde lo descubrí en una etapa de introspección, al dedicarme el tiempo que merecía, haciéndolo consciente para poder liberar el sufrimiento y soltarlo, integrando el dolor en mí para transformarlo en amor y sanación.  

Nuestra vida es un constante equilibrio y siempre estamos buscando la felicidad, para lograrlo hay que ser conscientes, ya que la consciencia emocional nos capacita para: motivarnos, gestionar los impulsos, confiar en uno mismo y en los demás, empatizar, regular el estado de ánimo, evitar interferencias de la angustia con las facultades racionales.

En este camino, del cual llevo 10 años de aprendizaje, me nutrí de diferentes terapias holísticas que constribuyeron a mi ser  de manera tal que decidí tomar las riendas de mi propia vida, y formarme como facilitadora, con una mirada compasiva e integral de la persona y haciéndome responsable para SER parte de la transformación del mundo.


Formación en Facilitador Transpersonal

Alumna Magali Fernández

Octubre 2023

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