SOBRIEDAD: LA ESPERANZA QUE NO SE VENDE EN CUOTAS
- Marisela Fortuny
- 18 may
- 3 Min. de lectura

“Necesito pocas cosas, y las pocas cosas que necesito, las necesito poco”, decía San Francisco de Asís. En un mundo que nos empuja a comprar la felicidad en cuotas, yo me aferro a esa frase y la traigo, sin poesía ni misticismo, como un faro incómodo pero necesario.
Porque, seamos sinceros, ¿no estamos un poco hartos de correr detrás de cosas que ni siquiera elegimos? Vivimos en un sistema que nos vende la ilusión de que seremos más felices si tenemos más. Pero lo que no nos cuenta es el costo real de esa carrera: tiempo, salud, vínculos, sentido.
Yo propongo que hablemos de sobriedad, aunque la palabra parezca anticuada, como si fuera enemiga del progreso. Pero no me refiero a la austeridad forzada ni al sacrificio moralista. Hablo de una elección lúcida, de decirle “basta” al mercado que nos programa como autómatas deseantes. De dejar de perseguir zanahorias ajenas y empezar a preguntarnos: ¿esto lo quiero yo o lo quiere mi ego dopado por Instagram?
Ser sobrio hoy es casi un acto subversivo. Es mirar el sistema a los ojos y decirle: “No me vas a correr más con tus métricas de éxito”. Es rebelarse contra esa cultura que confunde valor con precio, y que nos empuja a hipotecar nuestra vida para comprar cosas que no necesitamos, para impresionar a gente que ni nos interesa.
En mi consultorio, veo cada semana personas exhaustas. Con ansiedad, angustia, una sensación de vacío que no se llena con ningún viaje, ni auto, ni teléfono nuevo. Madres y padres que se perdieron la infancia de sus hijos por pagar la cuota del colegio premium o la 4x4, y que se repiten como mantra: “Es por su bien”, cuando en realidad algo dentro de ellos grita que están perdiendo lo más valioso.
¿Desde cuándo tener tiempo con tus hijos se volvió un lujo? ¿Desde cuándo vivir simple es sospechoso? ¿No será que este mundo está al revés?
Una mamá me contó que su hija de 4 años le dijo: “Mamá, no jugás conmigo”. Ella respondió: “¿Pero cómo creés que pago la cuota de la 4x4?”. Me quedé muda. Y no porque la juzgue: la entiendo. Todas estamos atrapadas en esta rueda. Pero alguien tiene que decirlo: algo no está bien.
Sobriedad no es privación. Es libertad. Es recuperar el control sobre tu tiempo, tu atención, tus vínculos. Es elegir qué necesitas de verdad, y soltar lo que te pesa. Como decía Pepe Mujica: “No soy pobre, soy sobrio. Liviano de equipaje. Vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”.
Y si te parece radical, es porque este sistema está tan intoxicado que lo normal ahora parece revolucionario. Pero pregunto: ¿no es más radical hipotecar tu vida por una tarjeta de crédito?
La sobriedad también tiene una dimensión ética. Porque el consumo desmedido no solo nos destruye por dentro: destruye el planeta, agota recursos, contamina, explota. Cada vez que compramos sin conciencia, votamos por ese sistema con nuestro dinero. Y después nos preguntamos por qué todo está tan mal. Pues ahí tenés una pista.
Y también es espiritual. Porque cuando soltás el exceso, aparece la gratitud. El presente. La contemplación. Esa vida que se nos escapa entre un scroll y una cuota. La sobriedad no niega la vida, al contrario: te devuelve a ella. Con menos ruido y más sentido.
“Memento Mori. Memento Vivere”. Recordá que vas a morir. Pero sobre todo: recordá vivir.
Hoy más que nunca, la sobriedad es la variable de esperanza. No es moda. No es castigo. Es una alternativa lúcida, una forma de recuperar la calidad de vida, no en cosas, sino en tiempo, en presencia, en vínculos reales.
En un mundo que mide el éxito por la cantidad de objetos, la sobriedad es una provocación. Una invitación a mirar el vacío de frente y decidir: ¿quiero seguir llenándolo con cosas o animarme a habitarlo con sentido?
Marisela Fortuny 💎
Facilitadora Sistémica y NeuroContemplativa
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